LA POPULARIDAD DE LAS DICTADURAS
Unas preguntas y unas respuestas polémicas: ¿Qué tan populares son las dictaduras? ¿Qué tan populares son los dictadores? Si estos no fueran populares, hace mucho tiempo que hubieran desaparecido y en cambio crecen y se desarrollan como cizaña en la milpa. Existen verdades que duelen y esta es una de ellas.
El autócrata (rara vez una mujer), logra su popularidad con carisma, un hablar “fácil” que la gente humilde entiende, extraordinaria determinación, valor al grado de la terquedad, capacidad de convencimiento, dádivas a quienes lo apoyan y admiran y el estímulo del culto a su personalidad. Trujillo, máximo jefe de la República Dominicana (1930-1961), es un claro ejemplo tomado al azar entre el cúmulo de tiranos. Este personaje mandó matar miles de haitianos en la conocida Masacre del Perejil. Le cambio el nombre a la capital, de Santo Domingo a Ciudad Trujillo. Colocó en sus extremos símbolos fálicos que publicitaron su capacidad sexual e hizo de la isla entera su feudo privado. Lo anterior produjo en el pueblo pleitesía, al grado de que seguido de su asesinato, la gente hizo enormes colas durante días para rendirle homenaje al cadáver expuesto y persiguió con saña y torturas a sus asesinos.
En nuestro país hemos vivido las dictaduras de Santa Ana, Porfirio Diaz y la compleja/adulterada de mas de 70 años del PRI. El hecho de que un pueblo tenga mayor cultura general no es determinante para evitar las dictaduras. Ahí están Hitler y Mussolini e inclusive Franco, dictadores donde el analfabetismo prácticamente no existía, comparados con los países gobernados por Stalin, Mao, Fidel Castro y su hermano Raúl, Hugo Chavez, Maduro y Pinochet, por mencionar unos cuantos. Cabría afirmar que actualmente en Latinoamérica, las dictaduras están de moda: Argentina, Brasil, Venezuela, Bolivia, San Salvador, Cuba, Guatemala y otros ejemplos están o han estado recientemente sujetos a ella.
El sentimiento de la población subyugada por una figura paternal, un “hombre fuerte” que se encarga de proteger a sus “hijos ciudadanos” podría catalogarse como un síndrome de síntomas y signos que concurren en tiempo y forma en cualquier población. Este editorial no da el espacio para su exploración.
¿Y la democracia?
Asumiendo que se inicia en Grecia en el siglo V antes de Cristo, con grandes limitaciones en cuanto a la participación del pueblo, pues se excluía a los esclavos, mujeres, trabajadores y campesinos, la democracia prácticamente desaparece en la época de Jesucristo hasta renacer a medias en 1776, con la independencia de EUA, digo a medias, porque se negó el voto a mujeres y negros. Este acontecimiento fue fuente de inspiración para la revolución francesa de 1789, el inicio otra vez a medias de la democracia en el mundo occidental. De los tiempos de Jesucristo en los que años mas, años menos, surge el imperio romano, hasta finales del siglo XVIII, no ha existido democracia. Dieciocho siglos dominados por reyes, emperadores, papas, monarcas, etc., lo que significa que la dictadura nos llega como solución atávica. Nos habla con la fuerza de la tradición y la sangre.
A lo anterior se debe agregar la desilusión por la democracia, al grado de que el filósofo francés, Jean d’Ormesson la denomina “ineptocracia” por ser “el sistema de gobierno en que los menos preparados para gobernar son elegidos por los menos preparados para producir….”. Lo que en el México de hoy, algunos lo sentimos como dardo que nos perfora el centro de nuestras esperanzas.
No es momento de argumentar sobre las necesidades actuales de nuestro país, pero sí para darnos cuenta de la popularidad de las dictaduras. Señalar a una persona o manera de gobernar como dictador o a su gobierno como dictadura, no conduce necesariamente a un rechazo automático. La figura fuerte puede simpatizar a muchos ciudadanos. Confiar en el capitán del barco es confortable. Da tiempo para gozar de pan y circo.