APATÍA ELECTORAL
Ningún mayor de edad, que resida en alguna ciudad, pueblo o ranchería de la República Mexicana, debería ser “apático electoral” y no votar. Sería justo y conveniente, negarle los beneficios de los que disfruta, por el hecho de vivir en comunidad. ¿Cómo cuáles? Tener un trabajo remunerado (asalariado o independiente), abrir cuentas bancarias o tarjetas de crédito o débito, comprar en tiendas y mercados, contratar servicios médicos y otros relacionados con la salud, transitar en calles y carreteras, recibir en sus habitaciones y negocios agua, electricidad y diversas señales electrónicas, asistir a eventos de esparcimiento, ingerir alimentos variados en una pléyade de establecimientos, etcétera. La excepción serían los extranjeros (turistas o residentes autorizados por las autoridades migratorias), legítimamente carentes de ciudadanía mexicana.
Votar es la certificación de ser parte de una comunidad. Es un “me importa mi ciudad”. Un decirse y presumir, no vivir alejado de sus necesidades y problemas.
Los beneficios de vivir en sociedad antes mencionados y otros como contar con acta de nacimiento y pasaporte mexicano, no deben ser gratuitos. Deben estar sujetos al cumplimiento del necesario compromiso ciudadano de participar en los actos fundamentales de la comunidad, ahí donde se ventila el bien común. Pensar que podemos ser apáticos sin consecuencia, es un error. Estimula la corrupción, tretas y ardides electorales. En muchos países, ser ciudadano obliga a la persona a prestar servicio militar obligatorio, lo que implica la posibilidad de tomar parte en actos bélicos y poner en riesgo su vida. Una excepción a lo anterior son los ascetas o santos en Asia, quienes viven en cuevas, pues además de no ser costumbre nuestra, son personas sin beneficios comunitarios.
Hace algunas décadas la ley establecía como delito, el no votar, bajo la tesis de que el voto, no sólo es un derecho, sino también una obligación. Debido a las trampas electorales del partido en el poder (PRI), surgió la certeza de no ser relevante asistir, pues de todas maneras ganaba el priista candidato. Esa certeza se transformó en apatía generalizada. Los caricaturistas de la época explotaron el hecho de no haber cárceles suficientes para meter a los miles de infractores incumplidos, pero al suprimir el delito de los códigos penales, se estimuló la apatía.
Todo ello, nos ha salido caro, muy caro, con la consecuencia de varias presidencias imperiales, como la que tenemos actualmente. Para las elecciones de 2024, seremos 93.5 millones de electores potenciales y cerca de 170,000 casillas electorales, manejadas por nosotros los ciudadanos. Ahí es donde podemos hacer la diferencia, si se logra vencer la apatía. Todas las maquinaciones, timos, bribonadas, fraudes, engaños, mañas, artificios, trucos, estratagemas y malicias mil, no pueden contra una clara mayoría de ciudadanos electores y cuidadores responsables de las casillas, pero para ello, requerimos ¡IR A VOTAR! Especialmente, la clase media, que a últimas fechas ha sido la más apática.
La apatía es un estado de indiferencia. En el caso de la apatía electoral, ésta se presenta cuando la persona no responde a necesidades y obligaciones fundamentales de la vida social. Bien podría resumirse en una oración a la mexicana: “¡me vale madres!”. Las razones pueden ser múltiples. Van desde falta de motivación, de emoción por el país y la ciudad de residencia, experiencias negativas con las autoridades, desilusión con las promesas y resultados de políticos de verbo ágil y cumplimiento nulo, etcétera. Ante ello, el interés por actuar, por darle valor a su simple voto, pierde valor y prefiere “no perder el tiempo”.
Seguramente existen muchos y variados tipos de apáticos materia de una clasificación sociológica. En mi vivencia actual, identifico a dos en los extremos: (i) los ignorantes y los pauperizados, a los que apenas les alcanzan sus ingresos para medio comer y tener techo y son fácilmente corruptibles; y (ii) los hijos de mamá y papá, a los cuales todo se les ha solucionado, aunque ellos piensan deben recibir más.
Los caminos a seguir para combatir ese desgano, a veces heredado, escapa los límites de este artículo, pero debe ser materia relevante de quienes son parte de las campañas políticas. Debe contratarse los servicios especializados de profesionales ocupados en estos menesteres. Yo soy tan solo un observador preocupado con esta pandilla de apatiquenses.
Cierro esta Hormiga expresando mi consternación al percatarme de un distanciamiento político entre los ciudadanos jóvenes y quienes contamos más edad, que cuentas en el rosario de mi abuelita. Es desconcertante advertir la apatía y el importamadrísmo de quienes están cerca de perder propiedades, posesiones y derechos, personales y familiares e inclusive la posibilidad de ejercer una actividad y profesión en el futuro con libertad y en una economía razonablemente activa, con motivo de cambios legislativos constitucionales, disminución del Estado de Derecho y de la fuerza del Poder Judicial Federal y Estatal. Los maduritos estamos aquí desde la época en la cual viajar era caro, complicado y no nos podíamos llevar “el trabajo” en una laptop a cualquier país. Esto, quizás es parte importante de la razón de la apatía juvenil. Antes México era la casa final de quienes aquí vivíamos. Para muchos jóvenes de hoy, México ¡es reemplazable!