DOS PREGUNTAS PARA El 2022
Dos son las preguntas fundamentales que nos debemos contestar para bien vivir: (1) ¿Quién soy? y (2) ¿Qué edad tengo? Parecen sencillas y de obvia contestación. NO lo son.
La contestación honesta a la primera pregunta nos dirá: ¿Qué debo estudiar? ¿Dónde y con quien trabajar? ¿Debo casarme o tener pareja fija? ¿Debo o no tener hijos? ¿Qué tan importantes son mis amigos? ¿Qué tan importante es la aventura de viajar extensamente o me satisface el trabajo de escritorio con vacaciones esporádicas? ¿Soy galán o gran lector o melómano? En fin, muchísimas preguntas cuyas contestaciones habrán de definir mi vida e influir en mi felicidad. En un momento de desconcierto, pregunta el Rey Lear, en la obra de Shakespeare: “¿Alguno de ustedes me podría decir quien soy?”
La contestación honesta a la segunda pregunta nos dirá: ¿Tengo edad para ligar nuevas parejas en las fiestas? ¿Para dedicarme al esquí de montaña? ¿Para encerrarme a leer y estudiar en la sombra lejos del sol? ¿Para dedicarme a educar hijos? ¿Para viajar sin responsabilidades familiares? En fin, muchísimas preguntas cuyas contestaciones me causarán desde daños físicos, como afectar codos y rodillas que ya no tienen la flexibilidad necesaria para ciertos retos, o a perder dinero que el viejo debe conservar para su tranquilidad y no tirarla en caprichos de parejas jóvenes.
No soy lector asiduo de libros de auto ayuda. He leído algunos y concluyo que he aprendido mas de la buena literatura (no la que mas se vende) y de los medios en general. Los textos de auto ayuda son por lo general obras repetitivas de 200 o 300 páginas, que buscan analizar y reanalizar temas desde micro ángulos con capacidad infinita para la verborrea. En lo personal he vivido una larga vida, tratado a miles de personas de prácticamente todas las nacionalidades en diversos continentes y circunstancias (ver mi perfil) y experimentado hasta la hez. Por ello me atrevo a compartir la importancia y dificultad de saber contestar éstas dos preguntas.
Dos anécdotas me sirven para ilustrarlo:
1. Teníamos mas que menos treinta años (1973), cuando mi queridísimo amigo de la preparatoria, Ricardo Casarín P., contador en una oficina de representación de un banco tejano, casado y con hijos, me relataba lo mucho que odiaba su trabajo y su pasión por la arquitectura. ¿Tenía la edad para retomar los estudios? Por supuesto que sí. Trabajábamos juntos en el mismo edificio. Yo me fui a sacar una maestría al extranjero y le perdí la pista. Supe que se divorció y hasta la fecha no se de él. Está listado entre los ex alumnos de nuestra preparatoria para que alguien aporte algún dato sobre su paradero. Nos juntamos cada viernes primero de mes a desayunar en el restaurant del Centro Asturiano. Lo extrañamos. A estas alturas me percato que Ricardo era un joven viejo, al que ¡le pesaban 30 años de vida!
2. Otro personaje que recuerdo, es el de un socio de un despacho de abogados, calvo, de dientes postizos, con sesenta y tantos años a cuestas. Todas las tarde/noches se iba a un bar, donde quería que los jóvenes asociados lo encontráramos para invitarnos un trago y presumirnos la nueva dama que lo acompañaba. “Miren muchachos, —nos aseguraba con una sonrisa de galán de cine de La Roma —si alguna vez los sorprende su esposa con otra mujer en la cama de su recámara, sin vacilar un segundo, asegúrenle: “Señora, disculpe, usted me confunde con mi hermano gemelo que me prestó la casa por un rato. Mientras ella sale de su sorpresa, huyan…. ja ja ja”. Patético.
Las dos anécdotas aparentemente desasociadas enseñan la dificultad de saber vivir. No sé que le deparó el destino a mi amigo preparatoriano. Espero que haya estudiado la carrera por la que suspiraba. El viejo abogado nada tenía que hacer al presumir sus conquistas de damas maduritas que le sacaban provecho a su dinero.
La edad es tema difícil. Como profesor universitario, me tocó conocer hombres y mujeres jóvenes desaprovechando su juventud, encerrados en el estudio el día entero, mientras el mundo transcurría sin que volvieran la cara a verlo; y en otras ocasiones, lo contrario, querer parrandear a destiempo, como el abogado sesentero o amigos decididos a iniciar una actividad profesional o negocio nuevo, a los setenta y tantos años.
Te invito a intentar contestarte con frecuencia las dos preguntas. No puedes ni debes intentar esconderte. Todos llevamos dentro el que actúa y el que juzga. En la medida en que seas honesto contigo, lograrás estar satisfecho durante tu madurez y durante los últimos años de vida. La juventud, úsala para experimentar y saber quien eres y qué edad tienes. No cambies de giro sólo porque vas a ganar un sueldo mayor. Y que no te importe cometer pifias, si aun tienes salud. Se valiente y busca. No te angusties de errar. Una vida sin errores es un fracaso.
Lo anterior lo afirmo sin preparación académica al respecto. Sólo me valgo del ojo observador de una larga vida.