LUZ DE GAS (GAS LIGHTING)

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Preguntas increíbles: ¿cómo se explica que AMLO haya aumentado el precio de la gasolina y sobre todo del gas, cuando en campaña ofreció que el precio, entonces de 14 pesos el litro de gasolina lo bajaría a 10 pesos; y que cuando se le hace el reclamo, explica con inaudito desparpajo que “una cosa es la campaña, lo que se dice cuando se quiere obtener un cargo y otra cosa es el ejercicio del poder”, y que…. ¡la popularidad de MORENA no se afecta!

¿Qué pasa? ¿Somos un país de ciudadanos con serios límites mentales, que no sabemos sumar 1+1? ¿Qué carecemos de memoria? ¿Somos imbéciles de los cuáles se puede mofar cualquier político? ¿Existe una explicación sociológica o de manejo de psique de masas, algo que nos están aplicando de manera generalizada y extensiva por primera vez? ¿Un método perverso y malintencionado frente al cual estamos desamparados y desprotegidos para defendernos? ¿Qué podemos hacer?

Como siempre, el estudio ayuda y mucho.

Estamos frente a lo que la literatura clínica llama “luz de gas” (gas lighting) o españolizando el término “encandilamiento”. Se refiere al efecto que produce en la gente un manipulador y sus dádivas (según últimos informes: $2,500 mensuales a mas del 50% de la población). Como diría la revista The Economist, se trata de un Falso Mesias. Una persona con lenguaje sencillo, modismos conocidos, carisma atractivo y por ende con habilidad de convencimiento, que al distorsionar la realidad convence, en especial cuando existen razones de insatisfacción y enojo en quienes desea dominar. Al empatar su crítica con la insatisfacción surge la confianza en el manipulador, paso anterior al inicio del chantaje emocional que provoca en los ciudadanos la necesidad, convertida en mandato, de cumplir con los deseos de su caudillo. Esto se magnifica en la medida en que el manipulado desconfía de sí mismo, de sus conocimientos, alcances y capacidad de hacerse valer. En el caso de muchas personas, debe sumarse su temor a lo desconocido, a lo fuera de su pueblo, a quienes ven pasar en automóviles de lujo o actuar en las telenovelas, cuyo escenario es en general las casas y vestimenta de ricos y gente bella, a quienes desean perjudicar. ¿A mi para que me sirve un aeropuerto enorme y costosísimo si nunca salgo del pueblo? ¿Si no me dan visa los gringos?

Para el manipulador, el fin justifica los medios, tiene la enorme capacidad de detectar debilidades ajenas y no se detiene en lograr sus deseos. Poco le importa a quien hiere, con tal de lograr sus fines. Es insaciable.

El sujeto pasivo del manipulador tiene que justificarse ante el y los suyos y que mejor manera de hacerlo que integrarse a un grupo que habrá de aplaudir y hasta idolatrar a quien exige cada vez mas y mas lealtad, al punto de que los así acarreados están conformes con que mienta, si es para ganar las elecciones, ya que “una cosa es la campaña, lo que se dice cuando se quiere obtener un cargo y otra cosa es el ejercicio del poder”. La conducta de su caudillo les parece correcta, justificable y hasta propia de un buen cristiano.

El manipulador por definición es ególatra, tiene un fuerte complejo de superioridad y requiere tener los hilos en la mano para controlar las marionetas del circo que hace suyo. Cabe añadir, que puede adoptar distintas personalidades como hacerse víctima o enfurecer e incitar al grupo para cometer tropelías. Por serle fácil justificarse, el remordimiento difícilmente lo acompaña, al grado de que llega a ser ajeno al sufrimiento de otros.

Viene a la mente el conocido cuento de los Hermanos Grimm, El Flautista de Hamelin. Narran como la dulce y maravillosa melodía del instrumento musical encandila a los roedores que lo siguen, librando al pueblo de la terrible plaga. Pero ahí no acaba el relato, ya que después encandila a los niños que también lo siguen, hoy símil de la ciudadanía que se apresta a votar el próximo 6 de junio, seducida por El Flautista de Macuspana.