¿QUÉ NOS PASA?
Nada viene de la nada, dice un par de líneas de una canción de La Novicia Rebelde. En ingles: nothing comes from nothing, nothing ever did! Lo que hoy nos sucede, los engaños y mentiras de nuestro Presidente, el ridículo internacional al sacar una estampita religiosa para informar como se protege de la pandemia de coronavirus, la solicitud al gobierno español para que se disculparan de los daños causados por la conquista, la afirmación de que la cultura milenaria de nuestros antepasados nos protegerá de todo mal y demás hechos aberrantes y vergonzosos de nuestro mandatario no surgen sin una razón de fondo.
¿Puede afirmarse que AMLO entiende el mundo empresarial? ¿El comercio nacional e internacional? ¿Lo que significa el Estado de Derecho? ¿La importancia de la separación de poderes dentro de un régimen presidencialista? ¿Que tiene la capacidad de saber erogar y distribuir con cierto criterio razonable los limitados fondos públicos? ¿Que medianamente comprende el mundo fuera de México? ¿Que valora la independencia y autonomía de jueces, procuradores y diversas instituciones y organizaciones necesarias para el adecuado funcionamiento e imagen del país? La respuesta contundente a estas preguntas y otras similares que tengan que ver con el conocimiento de los sistemas gubernamentales y de comercio y negocios del mundo occidental es ¡NO!
La primera conclusión es que estamos gobernados por un Presidente carente de la cultura moderna que se requiere para gobernar y dirigir a México y que se ha convertido en un grave riesgo para el progreso del país.
¿Cómo es que esto sucedió? Debemos escarbar hacia atrás. Las verdaderas contestaciones de muchos porqués que con frecuencia nos preguntamos están en la historia.
Al concluir la conquista de México, es decir la conquista de los mexicas (1519-1521) y haber llevado ante el Papa a un puñado de indígenas para que los estudiara, la pregunta fundamental que se le hizo fue si eran humanos. Si se les podía matar sin ir en contra del Quinto Mandamiento de la Ley de Dios, que señala con brevedad dilapidante: No matarás. El 2 de junio de 1537, es decir una década y media después, seguido de cuidadosos estudios, el Papa Pablo III emitió la bula Sublimis Deus, en la que establece que los indígenas tienen el derecho a la libertad y se prohíbe someterlos a esclavitud. Aunque mucho se ha escrito sobre el incumplimiento de conquistadores soldados y empresarios, incluyendo sacerdotes que dedicaron un sinnúmero de indígenas a labores inhumanas en la construcción de conventos, templos, caminos y urbanización de pueblos y ciudades, lo cierto es que no se dio el exterminio de aborígenes como sucedió en el territorio que hoy ocupan EUA y Canadá, cuya iglesia para entonces se había escindido de la católica y por tanto no estaban obligados a cumplir las órdenes papales.
En lo personal, en mi época adolescente (1955-62), viví momentos en los que a los indígenas se les discriminaba, hacía menos y hasta no se les permitía hablar frente al blanco con autoridad. Aún recuerdo en las matinés domingueras del Cine Balmori (en la Av. Álvaro Obregón en la CDMX), cuando el fuerte del ejército gringo estaba a punto de ser tomado por loa apaches y llegaba el refuerzo de soldados blancos vestidos de azul (taratata tatá), el público entero les aplaudía y las escenas de indios que caían muertos se repetían una tras otra ante la ovación general. A los mazahuas en Valle de Bravo se les denominaba “gañanes” y todavía hoy en dia se usa la palabra “chalán” para identificar un aprendiz en la construcción o a un peón en el campo, todos ellos indígenas o sus descendientes. En la época de mi adolescencia, tan solo habían pasado tres décadas de que pasada La Revolución Mexicana, se mandaba a generales revoltosos en la capital del país a distraerlos cazando yaquis y coyotes, por cuya cabeza de ofrecía dinero y su cabellera se clavaba en puertas de iglesias y catedrales. La diferencia entre la tez blanca y lo moreno o acobrizado era fundamental para que los padres de gente blanca autorizaran un matrimonio. Por supuesto que hubo excepciones a lo anterior, pero en general esta era la conducta, la actitud que prevalecía, la que no se ha extinguido del todo, aunque hoy día la preparación y cultura de las personas, afortunadamente ha adquirido mayor jerarquía.
Como esto ha cambiado en un grado importante y discriminar al indígena no sólo esta mal visto, sino que es materia de violación de ley, como el voto indígena vale igual que el del blanco, el caudillo que llegó a tocar con insistencia la puerta de la presidencia, supo aprovecharse no sólo de la corrupción y mal manejo de la seguridad de regímenes anteriores, sino de la necesidad del desquite indígena.
Estos dos grupos no han acabado de integrarse a pesar del mestizaje que se ha dado, lo que lleva a la conclusión dolorosa de que aun no tenemos una nacionalidad, entendida como un concepto sociológico y no jurídico. Una nacionalidad como la tienen los ingleses, franceses, alemanes, japoneses, chinos, estadounidenses, etc. Por supuesto que la ley nos reconoce una misma nacionalidad, pero el fondo social y económico que reporta la realidad y que es el mas relevante para medir la existencia de la nacionalidad, se encuentran notables diferencias. En mi novela “El Dólar y la Virgen”, un personaje expresa: “Demorada Perdomo, mi paisana…. pertenece al grupo de los jodidos. Los que no pueden obtener visa gringa, mal hablan el español, no pueden tener dólares, y cada vez que ahorran se les devalúa su dinero. Para acabarla de fregar, no entienden el inglés y tienen cara y huelen a indio.” Habría que agregar que estas personas, que jurídicamente son en su mayoría mexicanas, no pagan impuestos, ni tienen cuentas bancarias ni tarjetas de crédito y cuentan con un patrimonio ínfimo. Muchos carecen de seguridad jurídica en la tenencia y propiedad de sus tierras y casa habitación.
En la gran maza de los casi 130 millones de mexicanos existe indiscutible talento, aunado a un sorprendente espíritu de sacrificio para poder avanzar en la vida. Lleva a muchos a caminar sedientos en el desierto, mandar a sus hijos pequeños a probar fortuna en lo desconocido, aceptar trabajo de riesgo y crimen, como es el caso de los sicarios. Asombran en labores que realizan en el extranjero, que van desde manualidades y agricultura, hasta técnicas y de investigación con aportaciones en la ciencia, las humanidades y la cultura.
Estos dos grupos no los identifica aun, un mismo pasado. Unos siguen siendo conquistadores en tanto otros se sienten desposeídos. Unos han estado en el poder durante siglos en tanto otros sueñan con una oportunidad. Benito Juárez y el propio Porfirio Diaz, ambos con sangre indígena, fueron personajes aculturizados en lo occidental. Cabe señalar que a ambos grupos los une la misma religión y La Virgen de Guadalupe, símbolo fundamental de nuestra nacionalidad, con mayor raigambre que el símbolo patrio del águila y la serpiente. Habrá que agregar idioma con limitaciones y cierto respeto por los mayores.
Pero lo fundamental es el concepto de lo que significa “progreso”. Para unos es mejor educación, higiene, patrimonio, seguridad y cultura, todo lo cual lo obtienen para lograr la independencia del núcleo familiar compuesto por padres e hijos; para otros, lo patrimonial no tiene la relevancia de buscar independencia, ya que pertenecen a familias extendidas en la que primos y hermanos se apoyan y se sufren por igual, por lo que llegado a cierta acumulación, esta se puede perder por la enfermedad de una tía abuela, el accidente de un primo o una fiesta de quince años. No obtienen independencia económica pero cuentan con el apoyo de su familia extendida. El valor que le dan a la educación, la higiene y la cultura, es menor que la que le otorga el otro grupo, en tanto la seguridad es importante para ambos.
…. y entonces llega la democracia y López Obrador, político astuto que sabe hablarle a la gran maza desposeída, cuenta con un árbitro electoral confiable, el coraje de quienes están hartos de corrupción e inseguridad y promete y promete a los cuatro vientos con insólita desfachatez, a quienes en su candidez creen en la palabra del viejo experimentado de canas atrayentes y sonrisa de hombre de bien. Creen en quien los visita personalmente en sus pueblos y aldeas que durante siglos han permanecido ocultas a los ojos e interés de los blancos. Llega y se pone sus sombreros e indumentaria, consume su comida, abraza a jóvenes y ancianos, les habla despacito con sus maneras y muletillas, se ríe con ellos e insulta y mal habla de los blancos, de los empresarios, de los conservadores, de los neoliberales que tanto daño les han acarreado. Y les dice que él no vivirá en los lujos de Los Pinos y abre sus puertas para que el pueblo visite sus interiores a manera de la apertura del Palacio de Versalles durante la Revolución Francesa…. y rechaza usar el avión presidencial y obliga a los empresarios a cenar tamales de chipilín. Se niega a convivir con reyes, presidentes y primeros ministros “extranjeros”, en reuniones fastuosas fuera de país y se queda a convivir con su pueblo que ama abrazar y besar y al que le platica mañana tras mañana como cariñoso abuelo, explicándoles lo que desconoce, emitiendo decisiones trascendentales con el estómago y los riñones, pues qué caray es El Gran Tlatoani y piensa que así se hizo La Gran Tenochitlán. Mucho de lo mencionado, desafortunadamente acrecienta la polarización de ambos grupos.
¿Qué nos pasa?
Es obvio lo que nos pasa y que esto mismo dejará de sucedernos cuando hayamos integrado una nacionalidad que se identifique con un mismo pasado histórico, con similares creencias y religión, que comparta los mismos héroes y distracciones y sobre todo tenga el mismo sentido de lo que es el progreso. ¿Cuándo sucederá? Hace años pensaba que tardaría varios siglos, pero desde el arribo masivo de los medios, internet y el celular, el tiempo de espera de ha acortado, al punto de que es posible que le toque a mis nietos, quienes puedan observar y concluir que los mexicanos, con las diferencias naturales de cada provincia, son unos y nada mas que unos.