LA PROPIEDAD DE LOS BIENES DE LA HUMANIDAD


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A veces pienso que he vivido 3 o 4 siglos. Esto se debe a los dramáticos cambios que me ha tocado vivir. En esta ocasión me referiré tan sólo a algunos que se relacionan con el título de esta Hormiga.

En 1960, al terminar la preparatoria, viajé con dos amigos a la Península de Yucatán. En Isla Mujeres, nombre por demás atractivo a mis 17 años, nos topamos con un vendedor de conchas de caracol enormes, de 30 o mas centímetros de largo, con tonalidades blancas y rosadas, a pie de su casa, en calle de arena, como todas en la isla. “¿Cuánto cuestan?”, le pregunté, a sabiendas de lo exiguo de mi presupuesto de seiscientos pesos que debían durarme tres semanas. “Se la dejo a trescientos pesos”. “No me alcanza” le dije, con la vista fija en una hermosa pieza que recogí de un cerro que tenía junto a su barda, toda ella de caparazones del mismo molusco. Al percatarse de mi admiración por la pieza: ¿Quieres esa concha o una tonelada? Perplejo le indiqué que sólo una. “¿Sólo esa concha?, me espetó. “Esa te la regalo. Creí que querías comprar por tonelada”. La semana que ahí pasamos acampados en la playa, comimos caracol buceándolos. Proliferaban por cientos en el fondo. Cuando regresé, siete años después, ¡tan sólo siete años!, no encontré ninguno, tampoco al comerciante con su barda, ni La Mancha, que era una escuela inmensa de peces en un recoveco del mar, donde mas tardaba uno en tirar el anzuelo que sacar un pescado. Servía de carnada para la pesca mayor y para asar directamente en el sartén donde apenas cabía. Me dijeron que un barco japonés con grúa, se la había llevado dentro de una red enorme. Los precios del comercio se habían quintuplicado y muchas calles estaban asfaltadas y sucias. Quedé impactado por el cambio dramático en tan corto tiempo. Cinco años después visité, junto con un posible cliente inversionista, otro paraje caribeño desierto, de una belleza indescriptible, sin casas ni habitantes, donde salimos huyendo cuando unos hippies que ahí acampaban nos corrieron a pedradas. El lugar: Cancún.

Hace cuatro años pasé un par de noches en una casa junto a la playa en la Reserva de Xian Can, localizada en Quintana Roo. La playa era un basurero monumental, tupido de plástico (botellas, pañales, llantas, bolsas, carriolas, etc.), de cuarenta metros de ancho por kilómetros y kilómetros de largo.

En la casa de campo que habito en el Estado de México desde hace casi cincuenta años, han desaparecido las abejas, los mayates, las culebritas, diversos pájaros y hasta las golondrinas hoy llegan en cantidades mínimas.

La lista es interminable: en la bahía de Acapulco desembocan diez afluentes de aguas negras; el lago de Valle de Bravo es una desgracia contaminante, etc, etc.

La Hormiga

La celeridad con la que estamos afectando el medio ambiente parece ir en aumento. Esto se debe a la falta de control de quienes dia con dia lo perjudican. De la manera en que la humanidad esta organizada, le toca a cada país establecer controles, los que quedan plasmados en sus leyes y los tratados internacionales de los que forme parte, como es el caso del Tratado de París sobre cambio climático, que al 3 de noviembre de 2016 había sido ratificado por 97 países, sobre pasando la condición de ratificación de 55 partes. Entra en vigor este año, a pesar de que en junio de 2017, EUA se retiró.

No es el propósito de esta Hormiga analizar el referido tratado, sino enseñar la facilidad con la que un país con altos índices de contaminación atmosférica, no va a cumplir con su ofrecimiento de reducir la emisión de gases de efecto invernadero (GEI). Por ello, es de la mayor importancia establecer que bienes, que activos, indispensables para evitar la desaparición de nuestra especie, son propiedad de la humanidad, por lo que no pueden entrar a o continuar bajo, la soberanía de los estados.

Ha llegado el momento de asumir responsabilidad internacional sobre el medio ambiente, el alimento, los seres vivos y todo aquello que se les relaciona. Es indispensable darle entrada internacional a la ética y a las sanciones por incumplimiento. El daño a los bienes de la humanidad, debe estar por encima de los intereses de las personas, instituciones y países y provenir de tratados y pactos fundamentales entre las naciones; sin embargo, para hacerlo debe identificarse que bienes son “propiedad de la humanidad”. Que bienes deben salir y no volver a estar bajo la soberanía y jurisdicción de los estados.

Actualmente no existe bien alguno que se pueda aseverar que es propiedad de la humanidad. Hoy, todo lo que vemos y palpamos tiene un propietario, llámese estado, iglesia, institución, empresa o persona. La ONU no es propietaria sin restricciones del bien inmueble que ocupa en Manhattan.

A partir de 1972, se estableció un programa a cargo de la UNESCO a efecto de identificar que ciertos lugares pertenecen al patrimonio cultural de la humanidad, como Chichén Itzá y la selva del Serengeti en África Oriental. Dicha calificación se ha ampliado para comprender patrimonio inmaterial como es el caso de expresiones vivas heredadas como tradiciones orales de nuestros antepasados; tal es caso de los bailes chinos. Si bien lo anterior es un paso en la dirección correcta, la pregunta de fondo es: ¿Quién es dueño de Chichén Itza? ¿Quién de la selva del Serengeti o la Amazonía? Hoy, la respuesta es sencilla: cada uno de los países donde se localizan dichos bienes, ejerce soberanía y control sobre ellos.

La propiedad privada de la tierra es un concepto relativamente moderno. Es producto de la introducción del capitalismo y de la teoría del libre mercado. Surge hasta el final de la Edad Media. Antes, los únicos propietarios eran los monarcas y la iglesia. Conforme la aristocracia y la burguesía adquieren fuerza, se inicia el reconocimiento de la propiedad privada de estos. En nuestro país las “encomiendas” eran dádivas del Rey de España que se acompañaban de diversas obligaciones, entre otras, las relacionadas con los habitantes de la tierra en cuestión.

No es tampoco el propósito de este breve artículo analizar las conveniencias e inconveniencias de la propiedad privada, ya sea que esta la detenten particulares, empresas, estados, organismos internacionales, monarcas o iglesias. El propósito es crear conciencia de que existen bienes y/o activos que tienen cierto “status”, ciertas circunstancias diferentes, que los califica como necesarios para el bien común de la humanidad, y que es indispensable sujetarlos a un tratamiento diferente a la propiedad privada o pública de los Estados. Un ejemplo de ello es la Amazonía, cuya mayor parte es territorio de Brasil, Estado que expide libremente títulos de propiedad sobre vastas extensiones de bosque y selva que se “limpian”, para dedicarlas a la agricultura y ganadería. El país ejerce el derecho de hacerlo, basado en el hecho de que es un estado soberano. Otros países vecinos que detentan otras áreas de la Amazonía como Perú y Colombia tienen la misma postura. Las quemas de esta área afectan el medio ambiente del mundo entero, lo que es evidencia que no requiere mayor comprobación.

La humanidad se encuentra ante una encrucijada. Por un lado se reconoce y protege la soberanía de los Estados (miembros de la ONU) y por el otro se vislumbra una gran conflagración que puede costar la extinción total de nuestra especie. La Amazonía es un ejemplo.

La lista de lo que puede considerarse el patrimonio común de la humanidad es extensa: (1) el Ártico, (2) la Antártida y (3) la Amazonía, (4) los fondos marinos y oceánicos y (5) su subsuelo (fuera de los límites de la jurisdicción nacional), (6) la plataforma continental y en especial (7) el alta mar. A lo anterior se podrían adicionar (8) los picos de las cordilleras nevadas, así como (9) las grandes reservas estatales que abarcan bosques, selvas, mares y demás áreas de protección ecológica, (10) el espacio sideral y (11) los cuerpos celestes.

En el pasado reciente se han emitido opiniones de ampliar dicha lista con las reservas de petróleo del mundo, los arsenales nucleares, los museos con colecciones y obras invaluables e inclusive los grandes mega fondos, como es el caso de aquellos que detentan varios trillones de dólares estadounidenses (entendido el trillón como mil billones; y estos últimos como mil millones cada uno).

¿Qué hacer?

Como diría Bob Dylan: “the answer my friend is blowin´ in the wind, the answer is blowin´ in the wind”. 

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