CALOR, CALOR Y CALOR.
Escribo prácticamente encuerado. Mi estudio, localizado a las faldas de un cerro en las afueras de Valle de Bravo, ha llegado a temperaturas impensables para junio, lo que constituye franco atentado contra la paz y tranquilidad requerida por creadores con gusto de clima de montaña, donde ejercemos las nobles profesiones de artista plástica y escritor.
Adquirí este inmueble hace 50 años. Llegábamos por una brecha donde no era posible circular en época de lluvias, a pesar de los increíbles avances tecnológicos de mi burbujita VW, donde cabíamos 5 de familia, maletas, alimentos y dos perros. En el terreno sin un árbol que lo sombreara, faltaba agua potable y electricidad. Me dieron dos años para pagar un monto que inclusive entonces era mínimo, pero afortunadamente posible. A la primera agua entubada que logré traer, se le conectaba un regador durante la noche, mismo que prácticamente todo el año, amanecía congelado con gotas de hielo a su alrededor. Las recogíamos y con jarabes de frutas, el primer alimento para desayunar consistía en chupar “raspados” del manantial El Crustel, de donde proviene el líquido. El frío en las noches obligaba a la chimenea, junto a la cual se contaron tantas historias, que me hice escritor. La leña ha provenido de árboles que con el tiempo crecieron. La casa, un frijolito hecho de adobe con barro del propio terreno, sigue en pie, cerca del testigo-hoyanco, que don Porfirio escavó para extraer el lodo en rectángulos de lodo fresco, que el sol se encargaba de secar. Nuestra adobera, de imborrable recuerdo, la conservamos colgada en una pared.
A unos metros, el río sin nombre, donde encontramos una piedra agujerada, parece ser, proveniente de un molino de la época de la colonia. Las truchas, todas blancas de carne suave y deliciosa, nos aficionaron por un tiempo a la pesca.
Ante tanta, tantísima felicidad pionera, la humanidad, nosotros incluidos, nos hemos encargado de quitarle a lo que nos rodeaba con abrazos fraternales, su natural presencia y hoy recibimos su ira y arrebato en calores inimaginables durante las primeras semanas de junio, que año con año, son de fuertes lluvias que la tierra seca absorbe sin repletar los ríos, lo que sucede a partir de julio.
No ha llovido. Estamos, sin duda, frente a un cambio climático. El famoso calentamiento global, que reportan las noticias, sucede en diversas partes del mundo y hoy afectan a la república entera y a nuestro pedazo de tierra.
Ahora, ya no aparecen los cientos de “may bugs”, como les decía mi suegra, “mayates cafés”, como les digo yo, que nos visitaban anualmente, igual a las golondrinas y otras aves que extrañamos. El pájaro cucurriu (o Cuerporruín) ha dejado de escucharse y en cambio la carretera retumba con camiones-jets de propulsión sonora, que asesinan el indispensable silencio que requieren conejos, ardillas, mapaches y otras especies pequeñas con oídos finos, proveídos por la naturaleza para escuchar los ruiditos de los insectos que les sirven de alimento. Los miles y miles de grillos, las campamochas que enferman a burros y caballos, están a punto de extinguirse, igual que los murciélagos, víboras, tarántulas y alacranes. Habrá quien lo celebre, pero es por ignorancia, como lo es arrojar mortales insecticidas en el campo y en las casas, a sabiendas que lo habrán de respirar y hasta comer.
¿Cuándo nos daremos cuenta de la importancia de preservar la naturaleza indispensable para nuestra existencia y qué ella no nos necesita? Si mi familia y yo notamos el cambio que año con año se acrecienta de manera exponencial, aquí levanto la voz de alarma en tiempos de calores dañinos, para que a nivel ciudadanía reflexionemos y hagamos algo. Reducir los gases de efecto invernadero (GEI) es materia educacional de los gobiernos de todos los países del mundo, pero también, de la ciudadanía. Se requieren cambiar los sistemas y no sólo el clima, a nivel gubernamental y ciudadano.
Entre las acciones ciudadanas que los expertos sugieren, destacan: (i) consumo de proximidad (Go Local), (ii) reducción de la generación de residuos (basura) de cada uno de nosotros, (iii) movilidad más descarbonizada, como lo es viajar en grupos que usen un solo o menos vehículos, (iv) evitar el consumo voraz y el gasto superfluo, al fomentar el gasto de conciencia, prescindiendo de modas nimias y deseos de impresionar al prójimo, (v) idear nuevos negocios con fines ecológicos y (vi) darle soluciones pensadas e informadas al consumo de energéticos.
Por lo que toca a los gobiernos, es necesaria (i) su participación y compromiso en foros internacionales para el control y reducción de los GEI, (ii) aumentar áreas protegidas y reservas naturales; y (iii) apoyar la investigación, especialmente científica.
Nuestros líderes gubernamentales actuales en México, carecen del primer requerimiento antes referido: educación. La vergüenza mundial de las inversiones de Dos Bocas y el Tren Maya, son desafortunados ejemplos. Hago votos por que, en las próximas elecciones de 2024, esto pueda cambiar, para beneficio de México y del mundo.