LA MONARQUÍA MEXICANA Y LÓPEZ OBRADOR. SEGUNDA PARTE
AMLO sueña con que el juicio de la historia lo compare con Benito Juárez y lo identifique como El Supra Benemérito de las Américas del Siglo XXI, continuación de la obra del indio de Guelatao. El problema está en que la historia no es ciega, ni camina a trastumbos día a día, para ver “que dice mi dedito”.
A Benito Juárez se le recordará siempre por su declaración: “El respeto al derecho ajeno es la paz”
A López Obrador se le recordará siempre por su declaración: “A mí no me vengan con que la ley es la ley.”
¿A qué “derecho” se refería Juárez? ¿Qué “derecho” debe respetarse para lograr la paz? Obviamente al derecho que emana de ley vigente. Lo que los juristas identifican como “derecho positivo”. Es decir, la norma debidamente aprobada y emitida por el poder legislativo, donde se encuentran los representantes del pueblo y que, por no haber sido derogada, se aplica sin distingo alguno, a todos los habitantes de esta nación.
Cuando el representante del poder ejecutivo expresa su desprecio, es decir, su falta de “respeto” por dicho “derecho” y pretende evitar su aplicación en donde el disponga que no se aplique, se coloca en el extremo contrario al pensamiento juarista y por ende de la “paz”. El pensamiento de López Obrador es propio de la monarquía, es decir de la forma de gobierno de una sola persona que decide sin tomar en cuenta la ley. Es de una monarquía antigua, no de las monarquías constitucionales modernas. Es la monarquía de Genghis Khan y sucesores de calibre similar.
López Obrador hizo su aseveración, con intensidad, con el alma y el corazón en la mano. Todos lo vimos y escuchamos. Supusimos estar en medio de una terrible pesadilla. Yo, al menos, me pellizqué para despertar. Desafortunadamente, su manifestación fue hecha en tiempo real. Ha quedado grabada como revelación histórica del México Negro, del México Atropellado por el Mandamás, del México Iletrado y Ajeno al Resto del Mundo. La hizo desde las alturas del poder omnímodo. La frase: “a mí no me vengan con…” la expresó, como si se tratara de una obviedad, el hecho de que a “Él” no le es aplicable la ley.
Por falta de espacio, sólo mencionaré algunas de las otras abismales diferencias entre Juárez y López Obrador: los lujos en los que este vive, su falta de austeridad, mentiras constantes, poca preparación, petulancia, agresividad sorpresiva, discriminación entre corruptelas aprobadas y las que no lo son, así como su desconocimiento de nuestras leyes y nuestra historia nacional y lo que representa el inmenso logro de una república y un limpio sistema electoral.
La actitud y presencia de López Obrador como monarca, rey y emperador de México, contrario al sistema presidencialista que establece nuestra Constitución y leyes, es continuidad de nuestra historia. Ahora que me ha tocado profundizar sobre la historia de Mexico, con motivo de mi reciente novela, “Ambición”, aún no publicada, me he percatado de la diferencia de intenciones independentistas de las trece colonias en el noreste de Estados Unidos y de nosotros. En tanto ellos lucharon principalmente por la remoción del sistema monárquico y de manera secundaria por la expulsión de los ingleses, nosotros luchamos al grito de ¡mueran los gachupines!
La diferencia es notable y sorprendente. En tanto en los EUA, su primer presidente, George Washington, cumplió su mandato, entre nosotros, al año siguiente de haber declarado nuestra independencia, en mayo de 1822, acompañado de las fanfarrias del caso, Agustín de Iturbide fue coronado emperador en La Catedral Metropolitana de la CDMX.
La historia monárquica mexicana no para con el fusilamiento de Iturbide. Santa Anna, con base en reformas constitucionales que le permiten disolver el Congreso y remover a todos los ministros de la Suprema Corte de Justicia y gobernadores de los estados, al darles el título de Jefes de Departamento, es de hecho el siguiente emperador, por un término de casi 11 años. Sigue la obsesión monárquica, al traer al Archiduque Maximiliano de Habsburgo, quien, en abril de 1864 acepta la corona de Emperador de México y reina durante más de tres años, hasta junio de 1867, cuando es fusilado. Le sigue Porfirio Diaz, Presidente que en los hechos fue personaje de enorme poder, durante casi 30 años, de 1884 a 1911, otro rey/emperador expulsado del país, en este caso, por La Revolución Mexicana; y finalmente el PRI, que hizo y deshizo cuanto quiso durante 71 años, 1929 al 2000.
Aunque no me guste aceptarlo, en los hechos, López Obrador es continuidad de nuestros anteriores monarcas y monarquías, mal llamadas parte del sistema presidencial de una república democrática.