¿LA NACIONALIDAD MEXICANA?
Unas preguntas sorprendentes: ¿Existe la nacionalidad mexicana? ¿Cuál es la verdadera nacionalidad mexicana, la que señala la ley o la que nos identifica socialmente? ¿La definición legal o la social? ¿En que difieren una de la otra?
El tema es complejo y sobrepasa por mucho a este artículo, que no se propone hacer referencia a la polarización de la población y otros problemas que hoy enfrenta nuestra nacionalidad en ciernes y que en nada ayudan a su integración. Tan sólo me propongo contestar si existe la nacionalidad mexicana, la verdadera nacionalidad, entendida como un concepto social que identifica a las personas de diversas comunidades que integran un país y no únicamente lo que establece la ley. Intentaré un ejercicio de microscopio: ¿existe la nacionalidad mexicana?
Se puede afirmar sin lugar a dudas que existe la nacionalidad francesa. La identificación de sus miembros provoca que 3 millones de franceses salgan a las calles a protestar, 48 horas después de que el gobierno anuncie posibles reformas educativas o de pensiones. A pesar de diferentes orígenes étnicos, a los franceses los iguala en general un mismo pasado histórico y el concepto de lo que entienden por progreso: ahorro, inversión, educación, higiene, salud, ayuda comunitaria, esparcimiento e inclusive espacio para la espiritualidad. Lo mismo podría afirmarse de otros países europeos, EUA y Canadá. Esto no sucede en México.
De inicio y en adición a la diferencia de ingresos, debe considerarse nuestro asombroso multiculturalismo (matlalzincas, purépechas, tepehuanes, otomíes, totonacas, tzotziles, huicholes, nahuas, tarahumaras, mayos, mazahuas, coras, yaquis, lacandones, amuzgos, etc.). Nosotros vivimos en un guiso a la lumbre, donde las pirámides y las serpientes emplumadas hierven junto con vírgenes, santos, constituciones políticas y urnas donde votar por desconocidos. Hay quienes mueren por que sus hijos visiten Disney World y otros por llevarlos al Santuario del Santo Niño de Atocha. Estamos en fase de lograr nuestra nacionalidad. Aún no hemos logrado “jalar parejo”.
Abrevando de ambas corrientes esta el grupo que intenta occidentalizarse y que llamaré de “Los Whatsapp”, porque se comunican por ese medio y por redes sociales. Es una minoría que crece a diario y que mantiene en jauja entre otros, a academias de inglés (“para que no te dejen con cara de what?”), a los polleros que cruzan ilegalmente a sus “clientes” en las fronteras norte y sur, y a los miles de escuelas y universidades “patito”, donde el estudiante y sus padres luchan por el papelito/diploma, todos ilusionados por vivir como los gringos y en casas grandes con jardín, como en las películas y series de Netflix.
Los porcientos poblacionales de estas dos culturas en la lumbre y la que abreva de ambas es imposible de determinar. Las encuestas son tantas y tan corruptas, que su creciente número las ha hecho poco creíbles. Lo cierto es que estamos en búsqueda de la homogeneidad, lo que evitará a futuro que políticos como AMLO dejen de aprovecharse de quienes están mas interesados en las dádivas que en el bien común, que poco les importa, ya que el estómago vacío no ayuda para pensar en los demás.
Las anécdotas son miles: mi amiga estudiante universitaria que contrajo nupcias con un indígena oaxaqueño en la CDMX. La llevó a vivir a casa de su madre, misma que la envió al río lejano por agua y la puso a lavar trastes, mientras su media naranja se iba a emborrachar al pueblo. Resistió una semana. Mi vecino de casa de adobe aparente y piso de tierra, que me pidió un préstamo igual al monto que yo había erogado en la construcción. Lo ocupaba para comprar varios taxis y aumentar su flotilla de 20 que tiene en la CDMX. No paga impuestos y gasta cien pesos anuales por agua potable y electricidad. Tiene dos focos. Yo carecía de fondos para prestarle. Me tardé años en saber el motivo por el que no arregla su casita. Tiene miedo que al hacerlo, lo suyos le envíen la maldición.
El novio, mi vecino y similares no carecen de cultura. Tienen otra fuerte cultura que les indica que si quieren seguir recibiendo dádivas, deben sacar credencial del INE y garabatear una cruz en un papel.
Por eso el título entre interrogaciones de este editorial. Poco importa lo que diga la ley de quien es mexicano, si la realidad indica que aún no tenemos nacionalidad. Servirá para trámites legales, pero no para identificarnos con los mismos valores.