LAS ODIOSAS COMPARACIONES Y EL COSTAL DE PIEDRAS
Hoy vivimos una época crucial para la joven democracia mexicana. El Ejecutivo ha tomado pasos para la adopción de la autocracia y/o monarquía, que creíamos superada desde 1821, cuando nos independizamos de España. López Obrador se acerca a patadas al desfiladero de un golpe de estado, al dejar de lado la división de poderes: además del Poder Ejecutivo que encabeza, detenta control mayoritario del Poder Legislativo y ahora intenta quebrantar con manifiesta agresividad al Poder Judicial, en especial la que realiza en contra de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, de facto imposibilitada por huestes morenistas a sesionar en su sede, localizada en el zócalo de la CDMX.
Cuan erróneo es afirmar que lo que cuenta es el presente, pues el pasado ya pasó. Si somos como somos, si nos sucede lo nos está sucediendo, se debe a nuestro pasado. Esta es la razón por la que en lo político cargamos un saco de piedras del que no hemos podido liberarnos. Afortunadamente, la economía del país es otra cosa. Me refiero al pesado costal de nuestra regulación y soluciones políticas. El siguiente es un comentario histórico toral, que nos explica:
México se independiza para librarse del yugo e imposiciones de España, no de la monarquía que mal que bien acepta. Los EUA se independizan para librarse de la monarquía, lo que implicó años y años de estudio y deliberaciones de un grupo adelantado de masones que inventaron el federalismo moderno, basado en tres poderes de la unión (ejecutivo, legislativo y judicial), la división de funciones de cada uno, la no superioridad entre ellos y la importancia de mantenerse unidos y representados. Otros aspectos como las facultades de los gobiernos federal y estatales, escapan la dimensión de este editorial, pero fueron materia de importantes debates. Estas ideas, revolucionarias en su tiempo, son el antecedente de La Revolución Francesa. Fueron copiadas por muchos países al sur, entre ellos, México. Cabe señalar que, en los EUA, prevalecieron los anti-monárquicos, no sin importantes presiones de quienes deseaban un rey para los EUA, como Alexander Hamilton.
Destaca por su importancia el control del Poder Ejecutivo en EUA, pues se quería evitar regresar al ejercicio de amplios poderes por una persona. Es decir, un monarca, independientemente del título que ostentara. Por ello, el Artículo II, Cuarta Sección, de la Constitución de los EUA, (la que no ha sufrido enmienda alguna desde su adopción en 1787), señala: “El Presidente, el Vicepresidente y todos los funcionarios civiles de los Estados Unidos serán destituidos de sus cargos en caso de ser sometidos a un juicio político y recibir una condena por traición, cohecho u otros delitos graves y faltas leves.” Nótese que incluye “faltas leves” o menores (misdemeanors).
La Constitución mexicana vigente prevé: Art 108 segundo párrafo: “Durante el tiempo de su encargo, el Presidente de la República podrá ser imputado y juzgado por traición a la patria, hechos de corrupción, delitos electorales y todos aquellos delitos por los que podría ser enjuiciado cualquier ciudadano o ciudadana.” Lo anterior es un reflejo del poder presidencial mexicano, ya que dicho precepto, no indica que nuestro Presidente pueda ser destituido, tan sólo “imputado y juzgado”, lo que no acarrea sanción de pérdida del cargo.
Existen sólo dos procedimientos para destituir a un Presidente: (1) juicio político, que implica decisión del Poder Legislativo (el Artículo 110 constitucional, que indica la lista de funcionarios que pueden ser sujetos a juicio político, no incluye al Presidente de la República); y (2) revocación de mandato, vía votación ciudadana, a manera de referendo o plebiscito popular. Ninguno se acepta por nuestra Constitución y leyes, por lo que el Presidente es inamovible.
En tanto George Washington fue el primer Presidente de los EUA, quien, al concluir dos términos presidenciales permitidos por su Constitución (ocho años), no intentó ampliarlo, ni lo han hecho los 45 presidentes que le siguieron, los firmantes de nuestra acta de independencia, en especial uno de ellos, tenía ideas diferentes. Tomo el siguiente texto de mi novela “Ambición”, la que estoy por terminar: “Unos meses después de lograrse la independencia, el 21 de julio de 1822, Agustín de Iturbide es coronado Emperador de México, en la Catedral Metropolitana. Sale exiliado del país el 11 de mayo de 1823, sin poder completar al menos un año en funciones. Muere fusilado el 19 de julio de 1824. Fue la época que se conoce como El Primer Imperio Mexicano, de corta vida y patética memoria.” Me viene a la mente las décadas que han sumado siglos en nuestro país, en las que hemos creído y votado por un ejecutivo fuerte, incluyendo 42 años después de Iturbide, al príncipe europeo, Maximiliano, que gobernó durante tres años durante el llamado Segundo Imperio Mexicano. Habría que sumar a Porfirio Diaz y las décadas del priismo…. y ahora a López Obrador y su partido Morena, que están dispuestos a todo, incluyendo la dilapidación del erario, con tal de mantenerse en el poder y continuar la tradición priista.
A lo anterior debe sumarse la postura nacional de atacar el resultado electoral. Nuestros antecedentes son de dar horror. En 1828, desde nuestra segunda elección presidencial, Vicente Guerrero no aceptó la decisión de la Cámara de Diputados Federal que designó triunfador a Gómez Pedraza y apoyó “…. la revuelta conocida como El Motín de La Acordada. Los prisioneros sueltos, encorajinados y hambrientos, asaltaron la ciudad en busca de venganza y botín… El saqueo de El Mercado del Parián fue sorpresa general…. me hizo meditar sobre las circunstancias especiales de los políticos mexicanos, a quienes les cuesta enorme trabajo reconocer derrotas electorales…” (mi novela “Ambición”).
Aún no nos hemos liberado del pasado. Seguimos con el costal de piedras en la espalda, sin creer y saber que “la ley es la ley” y debe cumplirse por todos, incluyendo a funcionarios públicos sin importar jerarquías.