UN GRANDE ANUNCIA SU TESTAMENTO POLÍTICO

“Soberanos y vasallos, próceres y mendigos”, Andrés Manuel López Obrador, el mismísimo Presidente de México, anunció a los cuatro vientos que ha preparado su “Testamento Político”. ¡Loado sea el Señor! Es un hecho y una ceremonia solemne privilegio sólo de los grandes, de quienes no sólo dominan el presente, sino que saben a ciencia cierta que el futuro también les pertenece.

Quizás el documento sea parte de esa siempre incógnita política que le rodea. Esa que nos permite admirarlo, pues ni el mismo sabe de qué lado de la cama habrá de levantarse y cuál será su próxima sorpresa. Quizás este nervioso. Quizás ha escuchado pasitos en la azotea. Pronto lo sabremos, pues no hay fecha que no se cumpla, mal que dure cien años, ni pueblo que lo aguante.

Esto de los testamentos políticos es cosa que no se había escuchado recientemente, pues a Churchill, De Gaulle, Nelson Mandela, Gandhi y otros de piso supremo, no se les ocurrió o no tuvieron los tamaños. Tampoco a nuestros políticos mexicanos que pudieron hacerlo como Hidalgo, Juárez, Madero, Cárdenas, ni mandatarios recientes como López Mateos, Ávila Camacho, López Portillo y muchos más. El tema data de años atrás. Por ejemplo, hacer un Testamento Político fue ocurrencia, ni mas ni menos, que del Cardenal Duque de Richelieu, célebre estadista francés fundador de la Academia Francesa, que murió en el siglo XVII. Todos los que estamos familiarizados con la obra de Alejandro Dumas y sus famosos Tres Mosqueteros, sabemos de él. Lástima que no le hicieran caso alguno a sus deseos. Su problema radicó en que guardado en su ataúd, sepultado bajo tierra y rodeado del pesado mármol de su monumento fúnebre, no ha podido mover y castigar a quienes no acataron sus instrucciones, por cierto, claras y precisas.

Igual suerte han corrido otros célebres de cujus (muertitos), que no han podido aún regresar para cerciorarse del debido cumplimiento de sus deseos, a pesar de haber hecho sus testamentos políticos lúcidos, en ciertos casos, escritos por pendolistas maestros de la pluma y tinta. Tal es el caso del Testamento Político de su majestad Carlos VII.

A qué dudarlo, Hitler, era un hombre de carácter. No se dejó amilanar ni por la muerte. Designó con nombre y apellido a su sucesor y gabinete entero; sin embargo él, Benito Mussolini y el propio Vladimir Illich Lenin, todos ellos egregios mandamases, aún observan tensos e impacientes, como sus sucesores, aprovechándose del hecho de estar vivos, les arruinaron y siguen arruinándoles sus designios. De seguro, a algunos les ha costado tremendo berrinche, como el caso del último citado, que se opuso al encumbramiento de Stalin, lo que sucedió claramente en contra de su voluntad testamentaria.

El mismísimo generalísimo Francisco Franco, es otro que no ha podido mover un dedo y por ello a diario se revuelca en su tumba, desde que se percató como los socialistas participan en el gobierno de España e inclusive como desde hace años se legalizó la masonería.

Ergo: ¡si la vida es canija, la muerte es peor!

¿Quién va a atreverse a revelarle a López Obrador estos lamentables hechos, a sabiendas de que el cadalso puede ser su destino, o al menos que él mismo regresará a jalarle las patas, porque todo indica y en esto el cúmulo de leyendas evidencía veracidad, que esto último si sucede con frecuencia, al grado que por ejemplo, durante los años que siguieron a la muerte de Lenin, Stalin durmió con los piecitos amarrados.

Tengo algunos contactos cercanos y confiables en Palacio Nacional. En cuanto obtenga resultados fidedignos del texto testamentario, por supuesto que lo revelaré a mis queridos y hormigosos lectores. Así les podré recompensar su lealtad a mis letras. Nadie podrá acusarme de no haber dejado constancia de lo dubitativo del cumplimiento de la voluntad de un inanimado, pero si a pesar de ello y tan sólo por el peso neto del chisme les interesa, yo me comprometo a entregar dicha información, ya que en este caso, es claro que AMLO no va a “tener otros datos”.

Ignacio Gómez-Palacio