LOS DINERITOS DEL REY DAVID
Leído al recibir el Premio de Novela Mario Vargas Llosa 1997 otorgado a mi novela La Arregladera y El Panadero Sabedor. (Dicho en la Universidad de Murcia, el 19 de diciembre de 1997 y publicado por la Caja de Ahorros del Mediterráneo en Murcia, España, en enero de 1998)
Hace años y años que sueño sin bostezo luengo. Que me pierdo en los azotes y mordeduras de vivir y querer desvivir esa cebollita que traemos dentro, y que de vez en vez buscamos para llorar. Hace tiempo que arreo con ganas de que no y de todas maneras se me desperdiga la manada.
Ya hace un rato que empapo de tintas las páginas, que sacudo letras, exprimo frutos, recompongo acentos, mosqueo amantes, repienso diablos y se me entuerta el ojo de la vista a cortos.
Y ahora resulta que me dan un premio. Que de lejos me dicen pájaro y de cerca me aseguran que soy canario. Gracias. Muchas gracias de quien su vida ha sido reaccionar ante el pequeño estímulo. Que el grande se me había negado, hasta el 22 de noviembre, en que sucedió lo no previsto, el rayo en secas.
Estaba con Jocelyn mi compañera, mi amiga, en nuestra casa de campo. Mi hija en el teléfono:
—...voy a salir con mi novio... a más tardar a las dos de la mañana regreso...sí ...sí papá... ¡Ah papá! Claro que es un buen lugar.
—Buenas noches mija.
—Papá... por cierto... te hablaron de España... dijeron que te sacaste un premio... creo que un premio De Vargas...
—¿Eso es todo? ¿Qué más dijeron?
—Eso fue todo. Adiós papá.
Leí un rato. Visitamos a unos vecinos. Me zumbé varios tequilas. Lo comenté con mi mujer:
—Debe ser una agencia de turismo. Uno de esos premios a Las Canarias. Olvídalo, esos salen más caros que si tienes la fortuna de no ganar.
Cerré los ojos y pensé como español: ¡VALE!
A media mañana del día siguiente, las zarzamoras y los mostos de nuestras tinajas no me perdonaron los gritos. Aún están ofendidos. Un amigo me comunicó la nota aparecida en el periódico El Universal de la Ciudad de México. IGNACIO GÓMEZ-PALACIO PREMIO VARGAS LLOSA. El tal "De Vargas" era Vargas Llosa. En un segundo me sentí Hablador en compañía de la Tía Julia, Escribidor en la Catedral, Conversador en Casa Verde, busca Verdades en las Mentiras.
Me abracé a Jocelyn y a nuestros más de treinta años de amistad; de dar clases en universidades mexicanas y estadounidenses; de salir huyendo de la violencia en la plaza Tianamen por estar de profesor en la Universidad de Beijing; de nuestro gusto por los bailes escoceses; de procrear cinco hijos; de combatir la falta de democracia en México; de asesorar a las Naciones Unidas y viajar en misiones lo mismo a Pyonyang en Corea del Norte, que a Cuba, Maputo, Tirana y decenas de lugares exóticos; de corregir galeras de mis libros de Derecho Internacional Privado; de escapar una agresión al pie del Kilimanjaro; de crear un rancho para el cultivo de árboles y zarzamoras; de enterrar un hijo adulto; de asistir a innumerables exhibiciones de Jocelyn como pintora y escultora; de reintegrar a la sociedad presidiarios no delincuentes; de ver entrar por la puerta de nuestra casa a la pasión de escribir, con su sombrero de plumas, su vestido de listonería y su manejo del tacón afilado... y acostarse conmigo y mis libros, volteándonos la vida de cabeza; de compartir capítulo por capítulo durante 8 años mi novela La Lágrima; de las pláticas y pláticas sobre la imposibilidad de dejar de escribir, frente a los atractivos económicos de la práctica de internacionalista; y nuestra necesidad de marchar en las calles en demanda de seguridad en nuestra ciudad, de colaborar en la creación de una organización política nacional, de angustiarnos por las Chiapas y Chiapas de nuestro país; y tanto más que aquí me detengo.
Pasaron los días. Hablé con el Profesor Victorino Polo, con amigos que juraron emborracharme y permití que el gusto me mareara. Trabajé en las erratas de la novela y al fin me encerré en mi estudio con mis libros, mi escritorio y las paredes amigas.
Victorino me había sentenciado. Debes hablar. ¿Qué voy a decirles?, pensé. ¿Tienes miedo?, por supuesto. Todo... pero esto no me lo pierdo por nada en el mundo.
<<Si les hablo de mis influencias, escritores predilectos... de la ideosincracia paisanera... los voy a aburrir como ostras>>.
<<¿Cómo se aburren las ostras?>>.
<<Cómo hacen el amor las ostras?>>.
Estuve tentado a irme a la biblioteca y averiguar.
<<Nó te me distraigas, Ignacio>>.
<<Diles de tus dudas, de escribir... de tus cosas —me espetó un marinero colombiano que se acompañaba de un paisano amigo y bonachón con olor a guayaba —recién estuve ahí... ¡escúchame!
Alcé la cara de sorpresa, para sentir el peso de su manasa gaviera que me hundió la nariz en la página en blanco.
<<Dudar... dudar>>, -medité.
<<Dudar... duda>>, -y escribí.
Dudar es rulfiarse y pedirle al mundo
que no me mate.
Dudar es escribir siempre con gallos
en el vientre
y tachonar la hoja
y beber agua que corre
y huir de la estancada.
Escribir es sembrar en tierra propia
y esperar la no cosecha.
Es andar de caminero entre fantasmas.
Echar el nudo.
Enchuecar el clavo.
Y cargar el morral
de herraduras
zopilotes
escopetas y
alacranes.
Escribir es andarse de guapo
de ambicioso y descuidado.
Es buscar espinas en los frutos
truenos en la luna
puertas en el cielo
lujurias en el agua.
Me quedé pensativo con la pluma detenida por la angustia, cuando un joven delgado, de tés limpísima y caminar decidido, de esos en que cualquier noche de faroles se llevan una mozuela al río...
—¡Qué más! ¡Coño...! ¡diles qué más!
Escribir es dudar
y no dejar de hacerlo.
Es esconder conejos
encontrar turrones
y dar pases de magia.
Es braguetazo de cura célibe.
Darse a desear.
Volar las hilachas.
Apuñalear a un ahogado.
Escribir es vivir lo no vivido.
Soñar más que soñando.
Imitar a Dios.
Jugar con los villanos.
Escribir es contarle al mundo que el Rey David tiene guardados sus dineritos.
—¿Cómo? No entiendo —le voy a decir una tarde ronquera a Pedro, el mazahua, que se va a alcanzar la santiguada de bautizar a su hijo con el nombre de: El Rey David.
—Así como lo oye, señor... mero como le estoy diciendo —me va a contestar y me va a repetir.
—Mi hijito, El Rey David, tiene guardados sus dineritos. Esde que nació, tiene bien guardados sus dineritos —y me dará un espacio para que entienda, para que me sacuda la estultés.
Su visual será de siglos de paciencia, y se pondrá la mano discreta a la altura de los testículos.
—... pa que me entienda, señor... los dineritos no le han bajado pues... , y eso que ya tiene once años...
Entonces me asombraré de nuevo... nunca paro de asombrarme... y llevaré a El Rey David a que lo revise un médico... y pensaré que escribir también es
enseñar caminos
cubrir las tres bolitas
intrigar a los caníbales
esconder la pluma
imitar un piano.
Ahora estaba rodeado: un gringo sureño, un argentino ciego, un vasco, una patiflaca chiapaneca, un prolífico peruano murciano, un militar. Un bibliotecario cargado de dudas, un californiano de malas...
—¡Bah! ¡Grrr! tronaron mis héroes, los que de la mano me llevaron a islas desiertas, a academias militares, a camas infieles, a vivir motines, desafiar piratas, cohabitar con ricos y miserables. Poco a poco se regresaron, se subieron a los estantes, a sus cuartas de forros, a sus novelas, a sus poemas, a sus relatos...
Yo me quedé en silencio, cerré los ojos y soñé sin bostezo luengo... soñé en empapar de tintas, recomponer acentos, repensar demonios, exprimir frutos, arrear con tiento, con cuidados, con la pasión de volverlos a escuchar, de que sigan conmigo, de acercármeles... de intentar imitarlos...
[1] Dicho en la Universidad de Murcia, el 19 de diciembre de 1997 y publicado por la Caja de Ahorros del Mediterráneo en Murcia, España, en enero de 1998.