OFERTA Y ASOMBRO


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Nunca en la historia de la humanidad ha existido tanta oferta de bienes y servicios ni tan poco asombro por este fenómeno, salvo por el que nos provoca a quienes venimos de épocas de oferta que hoy sabemos limitada, pero que entonces creíamos que nunca cambiaría. En ello existe una brecha generacional. Los maduritos nos asombramos y los jóvenes se ríen de nuestra reacción. Seguramente se encuentran excepciones, pero esta es la generalidad. Hoy un niño de 2 años se acerca a una pecera y con los deditos intenta agrandar al pez, como está acostumbrado a hacerlo en la pantalla de su I Pad. Al darse cuenta que no puede, sigue su camino sin mayor perturbación. ¿Cómo es que la abuelita no sabía que venía el lobo?, le dijo una nieta a su abuelo, amigo mío. ¿Por qué no le avisó por su celular? ¿Cómo explicarle lo que ha sucedido, a una pequeña con capacidad de atención de menos de un minuto?

El consumismo ha llegado a aturdir a los compradores. Durante mi estadía como profesor en la Universidad de Hong Kong (1989), tomé cuenta de que los chinos son los mayores capitalistas y consumidores del mundo, al grado de no tener tiempo ni para regatear. Llegaban a los hoteles de lujo en sus Rolls Royce del mismo color extravagante (rosado, azul metálico, etc.), que el uniforme del chofer y el mink de la dama de compañía para la ocasión. Una raíz enorme de ginseng, que se ingiere con la creencia de longevidad, se vendía en un aparador por $250,000 US Dlls.

Hace unos días recibí un WhatsApp con un enlace que conecta con la simple colocación de una ruedita en el mapa del mundo, a miles de estaciones de radio, desde Rusia hasta México, desde Oslo hasta Taichung City en Taiwan. Hace 50 años, los maestros de obra del abuelito de mi esposa, conocido ingeniero constructor, le regalaron en el Día de la Santa Cruz, un radio de onda corta. ¡Una maravilla! De marca, según recuerdo Punto Azul, que con paciencia y estudio de las instrucciones para el manejo de la sintonía en el enorme tablero, podía captar estaciones de radio del mundo entero. Debió tener las dimensiones de un gran perro San Bernardo, cubierta de madera preciosa y entrañas de bulbos de diversas formas y tamaños. Lo cargaron dos personas. Lo colocaron en la mesa del comedor con un gran moño. ¡Qué envidia! Tenía 50 años de construir y se lo merecía.

Mis suegros planearon establecer una casa de retiro para ancianos. Contaban ilusionados que les proyectarían películas de varios rollos, con un aparato semi profesional. Un chiste frente al Netflix de hoy. No llegaron a viejos.

Yo pertenezco a la generación que se asombra de la oferta infinita actual, la que además se paga cibernéticamente, se entrega a domicilio en un par de días y se puede devolver. ¿Estoy capacitado para anticipar los cambios que se avecinan? Obviamente no, aunque lo intento. Renovarse o morir, dice la máxima. ¿Pero que hacen los ocupados padres de hoy, para preparar a sus hijos al cambio y transformación diario, como una forma de vida? ¿Les dedican el tiempo necesario para explicarles el mundo de hoy y como están obligados a adaptarse? ¿O no es necesario, porque eso viene en el aire, en los medios, en la escuela, en las pláticas con sus amigos? Se dice que tienen el chip integrado.

Cabe añadir que mi generación recibía con gusto y hasta honor las vajillas, pinturas, fotos, muebles, y hasta vestidos y ropa, que nos heredaban padres y abuelos, algunos de los cuales conservo y uso en mi casa. Mi abrigo actual, con el que viajo a los climas fríos, pertenecía a mi tío abuelo fallecido hace 60 años. Vivía en casa de mis padres. Lo recuerdo con cariño. Hoy esto es rarísimo que suceda, asumo, con la excepción de la pareja joven desprovista de ingresos y ahorros. Una amiga abuela, a sus 75 años, les ofreció a sus dos hijos y nueras que escogieran de su casa lo que quisieran llevarse. Ninguno estuvo interesado, ni en un plato.

Cuando nací (1943) había dos generaciones y a veces tres cuando sobrevivían los abuelos, lo que no era usual. Las generaciones se identificaban con la nacencia familiar. Hoy los mercadólogos distinguen cuatro generaciones de empresarios y consumidores, entre las que yo ya no califico. Esto determina como y a quien ofertar y contratar. La distancia entre una y otra es menor a 40 años y no guarda relación con el cambio de generación familiar:

(1)  Baby Boomers (1956-1964);

(2)   Los X (1965-1980);

(3)  Millennials (1981-1994); y

(4)  Los Z (1995 en adelante, primera generación consumidora del siglo XXI).

Cada una de estas generaciones tiene sus características y cada una de ellas representa targets distintos para ofertarle lo que no puede resistir. Un ejemplo de ello es la locura de adquirir cada uno o dos años, un carro nuevo con foquitos y carrocería con mínimas diferencias y mas accesorios de los que la persona normal puede distinguir y usar. La consecuencia es cambiar una serie de pagarés por otros, lo que mantiene a los adquirentes ligados al pago mensual a perpetuidad. Como el número de marcas es prácticamente infinito, la sobre oferta no conoce fronteras. Lo mismo puede decirse de apartamentos en edificios de valores diversos, tiendas de ropa, muebles, joyería, restaurants, cosméticos, vinos y licores, artículos deportivos, viajes, relojes, zapatos, etc., todo a la distancia de una firma en tarjeta de crédito, otro flagelo a perpetuidad. Resulta de llamar la atención que se venden bicicletas que van desde miles de dólares a pocos pesos. Estas pueden ser de ruta, de montaña, híbridas, urbanas, plegables, fixies de una velocidad, cruisers, MBX, touring, eléctricas, utilitarias, fat bikes y mas, obviamente de diferentes tamaños y colores, con una variedad inagotable de accesorios. Lo único que podría comparársele en cantidad en el pasado, serían los perfumes de Cleopatra.

En lo personal vivo de asombro en asombro. Boquiabierto. En tanto mis congéneres mantienen un aparentemente alto grado de felicidad gasta y gasta. Decían en un famoso Mall de Dallas: shop until you drop (compra hasta morir).

La oferta desmedida. El asombro sin parangón. El futuro impredecible. ¿Hemos llegado al extremo? ¿A la frontera? No lo creo. La creatividad, la ambición, la avaricia y sus primos hermanos, están sueltos. Me gustaría y no me gustaría saber que va a suceder. Soy, como los demás, contradictorio y mortal. Así estamos hechos. Todos tenemos de todos los barros.