¡VOY A VOTAR!, PERO TENGO PROBLEMAS

Me ha costado meses decidirme. He leído cientos de artículos y opiniones. Me he mareado con mis dudas. Pero ya me decidí, pues creo en la democracia y en la necesaria participación ciudadana. ¡VOY A VOTAR! este 10 de abril. Pues sí, muy decidido, pero resulta que como no se van a instalar el número de casillas electorales que se abrieron en la pasada elección de 2018 (porque este gobierno no le dio a mi querido y respetado INE el presupuesto necesario para ello), es muy factible que la casilla donde normalmente acudo, no esté operando.

¿Por qué es muy factible? Analicemos con cuidado:

En las elecciones de 2018 se instalaron 160,000 casillas. En estas elecciones sólo se instalarán 37,000; es decir el 35% del universo total de casillas, lo que afectará al 65% aproximadamente de personas que se quedarán con las ganas de votar y el sueño del plumón en la mano. Después de tanto pensarla, me voy a quedar sin poder votar. Este es el segundo obstáculo insalvable. Es de anticiparse que saldrán listas de reasignación de casilla a lugares desconocidos, silencio de puerta cerrada donde antes se instaló una casilla, amenazas de grupos violentos en áreas apartadas, etc. Estamos frente a una desagradable bola de cristal.

La primera valla que se tiene que saltar es la establecida en el Art. 34, IX, 4º párrafo de la Constitución, que a la letra dice: “Para que el proceso de revocación de mandato sea válido deberá haber una participación de, por lo menos, el cuarenta por ciento de las personas inscritas en la lista nominal de electores“. Este requisito es prácticamente insuperable ya que tendrán que acudir a las urnas (si las encuentran) 37, 251,620 electores, si se toma en cuenta que al 28 de enero de 2022, el número de ciudadanos registrados era de 93,129,048. El número variará muy poco para el 9 de abril.

La cantidad de trabas, dificultades e impedimentos es tal, que no vale la pena seguir identificándolos.

Cuentan que un general revolucionario fue a ver al sacristán de un pequeño poblado. Iba muy molesto. Con ganas de desquite. No le habían tocado la campana, cundo él y su tropa entraron al pueblo, lo que consideró grave ofensa. Ante el reclamo, el hombre bajo cuyo cuidado estaba el campanario le dijo con expresión compungida: “Por tres razones mi general. La primera, porque no hay campana”.

Aquel revolucionario de ropa sucia, sudada y enhiestos bigotes, se levantó de la silla de bejuco donde se había apoltronado: “Párele ai –le espetó--, no quiero oír mas”, y salió a zancadas y escupitajos.

Esto viene a cuento, porque si no hay casillas, pues ¿para qué pensarle? No hay campana y punto. Seamos prácticos como el general. Morena no sabe mucho de todo, salvo de cómo hacer chanchullo y medio en las elecciones. La gran mayoría de sus fundadores, en alguna época pertenecieron al PRI, partido que hasta hoy tenía medalla de oro en fraudes electorales, digo hasta hoy, porque actualmente lo derrota Morena y sus asesores venezolanos, nicaragüenses y cubanos.

Es de lamentarse el desgaste de materia gris de muchos amigos, que leen, discuten y buscan en su fuero interno la mejor conducta a seguir este próximo 9 de abril, fecha en la que se encontrarán con cualquiera de los obstáculos citados y otros que con seguridad se cocinan en el horno morenista. Se trata de ciudadanos conscientes. Gente sensible. De buena fe. Gente que ama a México. Pero ciudadanos de una democracia joven e inexperta, que empiezan a aprender a base de cachetadas y golpes de marro, que un partido mayoritario y sin contrapesos en el poder, es un gravísimo peligro para el país. El poder dirigido por políticos ambiciosos y sin escrúpulos, que desean preservar la ignorancia y la pobreza para su beneficio, no llevarán a la población a mejorar su deplorable estado, en especial cuando en vez de buscar soluciones tan sólo culpan al pasado.